El sexo puede llevar a la guerra, como ocurrió en Troya, o lograr la paz.
Cuando Lisístrata encabezó en Grecia una huelga en la que las mujeres les negaban las relaciones sexuales a sus maridos, para presionar el final de la Guerra del Peloponeso, ella tenía claro que la actividad bajo las sábanas es un arma tan poderosa que es capaz de cambiar conductas, de lograr la paz o de desencadenar guerras, como ocurrió con Helena de Troya (qué polvo debió ser, ¿o no?).
En épocas más recientes, más exactamente en el 2011, Leymah Gbowee recibió el Nobel de Paz por sus acciones en Liberia, que incluyeron un cierre femenino de piernas que, a la postre, contribuyó a pacificar ese país.
Ejemplos parecidos se han visto en Kenia, Turquía y hasta en Colombia, con resultados que demuestran que los señores son capaces de cualquier cosa, hasta dejar de darse en la torre, con tal de contar con sus necesarios polvos.
Y déjenme decirles que estudios muy serios, incluido uno reciente del Instituto de Neurociencia de la Universidad de Princeton (EE. UU.), han encontrado que cuanto más sexo practican las personas, más bajos son sus niveles de estrés y mejor se relacionan con los demás. Quien tiene buenos polvos, valga recalcarlo, anda con una sonrisita y una sensación de felicidad interna que le impiden -así de simple- andar de pelea.
Es más, así algunos digan que eso no es cierto, sostengo que no hay escenario mejor para las parejas que quieran zanjar diferencias, reconciliarse y perdonar, que el catre. Estar equilibrados de la cintura para abajo ayuda a equilibrar la cabeza, ¿o existirá un mejor liberador de rabias, rencores y tensiones que un buen orgasmo?
¿Pone alguien en duda que una persona, hombre o mujer, de cualquier edad o condición, que ande con una sequía brava o carencias perineales, tiene como síntoma principal de eso la amargura?
Ojo, no hablo de promoscuidad ni de andar saltando de cama en cama. Nada de eso. Me refiero a mantener una sexualidad sana, grata y genuina.
Si los procesos de paz tuvieran en cuenta este principio básico, los manuales de reconciliación llevarían a la práctica la vieja recomendación de "hacer el amor y no la guerra". Estoy segura -repito, muy segura- de que si el sexo se incluyera tácticamente desde hoy dentro de las negociaciones, el posconflicto estaría a la vuelta de la esquina... Mejor dicho, de la cama. ¡Hasta luego!
ESTHER BALAC
Fuente: ElTiempo.com
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